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Miercoles, 04 de Diciembre de 2024    

Con Triunfo Digital reaparece públicamente la revista que en los años 60 y 70, dos décadas cruciales, encarnó las ideas y la cultura de la izquierda de nuestro país y fue símbolo de la resistencia intelectual al franquismo.
Triunfo cambió de piel en 1962 y, dejando atrás al inolvidable semanario cinematográfico precedente, realizó su antiguo sueño de convertirse en revista de información general cuando un afamado grupo de comunicación se propuso obstinadamente editar Triunfo.
Dos ideas fundamentales guiaron a la revista a partir de su nueva situación profesional: dirigirse a las mayorías y transitar por senderos culturales para que sus páginas pudieran acoger las grandes corrientes del pensamiento europeo. Triunfo emprendió entonces un camino sin retorno con el firme propósito de atravesar aquella turbia época realizando un periodismo insobornable que restableciera la memoria histórica, arrancada a los españoles por la violenta agresión de los vencedores.
Al aparecer en los quioscos el 9 de junio de 1962, Triunfo no dejó ya nunca de recoger y destacar en sus páginas cuantos acontecimientos de índole cultural e ideológica fueron sucediendo en nuestro país y que afectaban a la propia revista, como la prolongada vigencia de la antigua Ley que Franco y Serrano Suñer dictaron un cuarto de siglo antes, en plena guerra civil, imponiendo una férrea censura que fue culpable de que nuestro pueblo llegara a olvidar su propia historia, o cuando, en 1966, casi 30 años después, Fraga pregonaba “el fin de la censura previa” con su nueva Ley de Prensa e Imprenta, auténtico fraude político enmascarado con una prosa jurídica formalmente moderada que no le impidió reformar el Código Penal para radicalizar la represión hasta extremos inusitados.
En su propio ámbito, la revista soportó incomprensiones y desencuentros. El simple hecho de que, muy pronto, conquistase la atención de cuantos buscaban en aquel desierto comunicacional que era nuestro país un mensaje de libertad y de que se extendiera de forma incontenible la nueva de que había que leer Triunfo, publicación en auge por su inequívoco talante progresista, creó momentos de tensión entre la Redacción y el grupo editor, circunstancia que alcanzó extremos intimidatorios por la acusada intolerancia de algunos personajes de su Consejo. La tirantez entre Triunfo y sus financiadores aumentaba cuando, inesperadamente, la tensión hizo crisis: aquéllos sufrieron tal descalabro económico que todas sus empresas pasaron a depender de su principal acreedor, el Banco Atlántico.
La situación se ensombreció cuando se supo que la cúpula del Atlántico la integraban significativos miembros del Opus Dei. La evidente disparidad entre la conocida asociación religiosa y las ideas defendidas por Triunfo hacía presagiar un final irreparable: era preciso transmitir al propio presidente del Atlántico la idea de que la desaparición de la revista sería interpretada como un ‘ajuste de cuentas’ ideológico y que, si el Banco se mostrara comprensivo, quedaría patente que la Obra no deseaba consumar ninguna acción que semejara represalia. Admitida positivamente la propuesta, Triunfo alcanzó su objetivo y, por vez primera, la revista se sintió absolutamente libre, sin depender económicamente de nadie.
De hecho fue una simbólica reedificación de la revista sobre sí misma que, para evocarla, adoptó un lema como santo y seña para el futuro: el predominio de la razón ideológica sobre la razón económica. Comenzaba una época dorada, la del “Triunfo de las luces”, que transportó a la revista hacia el apogeo de su influencia cultural e ideológica. A través de números monográficos, abordó temas hasta entonces tabúes para la sumisa e insulsa prensa de la época.
Pero el omnímodo poder del autócrata y el de sus vicarios no pudieron soportar el auge y la libertad que la revista había conquistado y, cuando apareció el monográfico “El matrimonio”, la castigó con los más duros correctivos que aquellas leyes sectarias aplicaban a quienes se atrevían a desafiarlo: secuestró el número, abrió un sumario en el Tribunal de Orden Público y, por especial acuerdo del Consejo de ministros, Triunfo fue suspendido durante cuatro meses y multado con un cuarto de millón de pesetas. Miles de adhesiones de sus lectores expresadas mediante suscripciones extraordinarias mitigaron el golpe sufrido.
El acoso gubernativo a la revista no cesó y el número en el que se publicaba el artículo de José Aumente ¿Estamos preparados para el cambio? (el 656 de abril del 75) era también suspendido durante cuatro meses por el Consejo de ministros que lo consideró como atentatorio contra la seguridad del Estado. La muerte de Franco sucedió durante aquella suspensión y Triunfo, amordazado, no pudo pronunciarse periodísticamente sobre tan histórica situación. Impotente, se vio confinado a presenciar desde el arcén de la Historia cómo el Gran Cortejo fúnebre se encaminaba hacia el Valle de los Caídos.
Pero aquel Poder era insaciable en su acosamiento a Triunfo y así, el 24 de julio del mismo 75, abrió expediente a la revista por la publicación en el número 669 de una entrevista de Montserrat Roig a José Andreu Abelló considerando que el texto vulneraba el artículo 2 de la Ley de Prensa e Imprenta. Y para mayor afrenta aún, los indultos que el primer gobierno de la Monarquía (12 de diciembre del 75) concedió a las publicaciones y periodistas sancionados por transgredir la Ley de Prensa no se confirieron a Triunfo, que tuvo que cumplir íntegra toda su condena.
El 10 de enero de 1976 reapareció Triunfo con una significativa portada: La respuesta democrática. Los más de 166.000 ejemplares de su tirada desaparecieron en manos de sus lectores en unas horas, lo que confirmaba su inicial propósito de ser una publicación para mayorías. No obstante, en aquella confusa e irreflexiva época de balbuciente democracia con profusión de partidos políticos a la caza de poltronas en el Congreso y en el Senado, la revista inició su declive porque buena parte de sus leales ‘olvidaron’ a Triunfo y a sus méritos. Y la revista sufrió una caída ya imparable que le condujo en 1982 a un final paradójico y desolador: la publicación que más había luchado y padecido en España por la libertad y la democracia, desaparecía a manos de la ley del mercado tres meses antes de que la izquierda de entonces llegara con mayoría absoluta al poder.
Triunfo fue una singular obra colectiva que reunió a un equipo excepcional de periodistas, paradigma profesional de la segunda mitad del siglo XX. Ante la imposibilidad de nombrarlos uno a uno, que sería lo justo, baste aquí con señalar en su nombre a los más recordados de entre los desgraciadamente desaparecidos: Eduardo Haro Tecglen, Luis Carandell, Manuel Vázquez Montalbán...
Como memoria indispensable de aquellas dos décadas cruciales de la vida española, Triunfo Digital ofrece a los investigadores del porvenir el considerable, inmenso contenido cultural e ideológico de una revista que el propio Montalbán elogió con estas palabras: «Me vinculé a Triunfo en el momento de su definitivo despegue como medio en el límite del posibilismo crítico contra la dictadura, cumpliendo el papel de órgano cómplice de la reconstrucción de la razón democrática de España después del asalto a la razón perpetrado por las hordas franquistas en 1936. He de decir que vivir el agostamiento del franquismo dentro de Triunfo como uno de sus más frecuentes colaboradores, ha sido la situación más satisfactoria de mi vida, por encima incluso de premios nacionales o internacionales aportados por la literatura».
Al presentar Triunfo Digital, debo resaltar la importancia de la intensa relación mantenida para su elaboración con la Universidad de Salamanca y su notable equipo de expertos; por lo que considero ineludible referirme, primus inter pares, a la valiosa colaboración recibida de Severiano Hernández, un profesional de excepción.



José Ángel Ezcurra




 
 
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